viernes, 29 de julio de 2011

Estar solos

   Por circunstancias de la vida, hay ciertas noches en las que duermo sola. Al principio, esto me inquietaba. Estaba atenta a cualquier ruido extraño y todos lo ruidos eran extraños, pues el sitio era nuevo para mí; un nuevo hogar. Dormir sola era algo a lo que no estaba acostumbrada. Sin embargo, había elegido mudarme y eso venía con este desafío.
   Cerrar las puertas con llave y asegurarme de que estuvieran bien cerradas. Dejar algunas luces encendidas. La radio o la televisión emitiendo algún sonido. Todos fueron recursos para enfrentar la noche que crecía con sus monstruos innumerables. Varias veces, vislumbré a través de las cortinas, seres inexistentes, fantasmagóricos, que aceleraron mis pulsaciones hasta que les quité el velo para hallar simples ramas movidas por el viento. Otras veces, me encontré sin luz y a la deriva, con insomnio, pensando en mil sinsentidos hasta que me vencía el sueño y caía rendida.
   No obstante, pronto me acostumbré a estar en mi lugar sola. Empecé a entender que si estaba en esa situación era porque había elegido estarlo. Y seguía haciéndolo. Empecé a descubrir que estar sola era parte de mi crecimiento, que yo debía hacerme fuerte y vencer los miedos absurdos que guarda la noche. Esos que yo misma proyectaba en ella. Empecé a comprender que muchas veces había sentido miedo a estar sola y sin embargo, me llevaba muy bien con la soledad, porque me llevaba bien conmigo misma.
   Y de eso se trata. Este camino suele ponernos en situaciones de gran soledad.  A veces, somos incomprendidos por los demás y se alejan de nuestro lado. En ocasiones somos nosotros los que nos aislamos porque necesitamos viajar hacia los confines de nuestro ser para hallar nuestras verdades. Y lo más importante es que para poder escucharnos, para poder hacer silencio y dar con esa esencia divina que nos constituye, necesitamos de esa savia que es la soledad, tanto como el aire o el agua que nos llenan de vida.

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